Referente obligado del universo guitarrístico y blusero, ni tan rápido ni demasiado técnico para atacar las cuerdas y hoy apuntado como defensor acérrimo de los antivacunas. El músico inglés acumula varias buenas historias dignas de contar. Acá te dejamos un par de caramelitos marca Eric Patrick, que poco tienen que ver con sus años oscuros sumido en la heroína, su cercanía con George Harrison, sus peleas con Ginger Backer en Cream o el desmayo en pleno concierto por Bangladesh en agosto de 1971, como consecuencia de su adicción.
Siendo un niño, Eric no entendía por qué uno de sus tíos lo llamada “pequeño bastardo” en las reuniones familiares. Con la inocencia que le otorgaban sus 9 años, el chico pensaba que se trataba de palabras de cariño a la antigua. Sin embargo, el apelativo se repetía velada tras velada y el pequeño comenzaba a sospechar de algo extraño, hasta que en una de esas jornadas una tía preguntó por su madre. El “Pequeño Bastardo” cobró sentido para Eric Patrick Clapton. Misterio resuelto.
El músico creció pensando que Rose y Jack Clapp eran sus padres, pero en realidad eran sus abuelos. Su madre biológica, Patricia, lo tuvo a los 15 años y su progenitor literalmente arrancó hacia Canadá, donde se reunió con su esposa e hijos. De este modo, el niño Eric recibió el apellido de su padre biológico muerto, el soldado Reginald Cecil Clapton. Fin de la historia.
“Me confundió intensamente mi posición y mi profundo amor por mi familia, entre el cual existía una sospecha de que aún en un lugar tan pequeño yo era una vergüenza para ellos que siempre tendrían que explicar”, escribió en su autobiografía de 2007.
Estación Yardbirds
El joven ahora tenía 18 años cuando conoció en el Crawdaddy, club que frecuentaba, a los integrantes de The Yardbirds. Aceptó unirse a ellos porque tocaban covers de bluseros afroamericanos como Bo Diddley y Howlin’ Wolf o al jazzista Django Reinhardt.
Poco a poco el guitarrista comenzó a hacerse un nombre y reputación en el under londinense de comienzos de los ’60. Pero su estadía fue breve. Solo registró un disco en vivo y otro en estudio. The Yardbirds ya eran un suceso comercial y eso a Eric lo incomodó, pues significaba vender su alma a la fama.
Estación Mayall y el grafitti
Era 1965 y su imagen ya comenzaba a consagrarse en el circuito del blues. Con John Mayall, and The Bluesbreakers, Eric Clapton desarrollo música en estado natural y eso le trajo mayor satisfacción porque sabía que estaba contribuyendo a honrar a sus héroes Muddy Waters y B. B. King.
Lo llamaron Dios gracias a un rayado en la pared deslavada de la estación de metro Islington. “Clapton is God” se inmortalizó y más mensajes similares comenzaron a multiplicarse en calles de Londres. La leyenda cuenta que el autor habría sido Hamish Grimes, un empleado que trabajaba para el mánager de los Yardbirds. Tremendo favor el que le hicieron a Eric.
Estación escarabajo
El músico tocó la guitarra en el Álbum Blanco de los Beatles y dejó su huella en “While my guitar gently weeps”. Su relación cercana con George Harrison era conocida. Incluso, en el momento de peor convivencia entre el Beatle y el resto de la banda, habiendo anunciado al término de un ensayo que se marchaba, surgió el nombre de su amigo para reemplazarlo.
Fue el propio John Lennon que en el documental Get Back lo dice sin dudar. “Si no convencemos a George para que vuelva, el viernes (era miércoles) fichamos a Eric”. Siempre me he preguntado qué habría resultado si el arribo de Eric Clapton a los Beatles se hubiese concretado. En fin, dejémoslo ahí.
Estación Santiago 1990
El país había recuperado la democracia y comenzaba un largo camino hacia la transición que duraría más de una década. Rock in Chile se celebró entre el 27 y 29 de septiembre de ese año en el Estadio Nacional, un par de días antes del recordado Amnistía Internacional. Y fue la última jornada la que trajó a “Mano Lenta” por primera vez a Chile. Eran los tiempos de Journeyman y Bad Love, pero también del catálogo Cream, Blind Faith y Derek & The Dominos. Todo un clásico.
Muy a la usanza inglesa, Eric Clapton y su equipo no dejaron nada al azar en su paso por Santiago. Se habilitó una sala en calle Tarapacá, a pasos del ahora Cine Normandie, como lugar de ensayo del músico y su banda. Aquí viene lo increíble.
Alguien de su comitiva averiguó que, en una disquería cercana en San Diego 119, la Disco Beat, había una edición limitada japonesa de un disco de Cream, no recuerdo cual, que Eric Clapton estaba dispuesto a comprar al precio que fuera. Cerca de las 13:00 se paró el ensayo y parte del staff se dirigió hacia la galería donde estaba el local.
Simón Aliste es el dueño de Disco Beat y como buen comerciante tiene rutinas que no tranza con nada, incluso con la visita de Mano Lenta. Justo a esa hora baja la cortina para almorzar y cuando digo almorzar es eso, almorzar. Lo demás no existe. Cuento corto, con el local cerrado por colación, el músico y un par de asistentes tocaron y tocaron para que los atendieran, sin embargo, no hubo respuesta. Fueron varios minutos y la insistencia fue “in crescendo”, pero nada. Simón Aliste no abrió y sus potenciales clientes se retiraron. “La gente que lo acompañaba (a Eric Clapton) era muy prepotente. Por eso no lo atendí”, explicó días después cuando se enteró del episodio. Para no creerlo.
Última estación
¿Eric Clapton es Dios (o un dios)? Depende del cristal con que se le mire. Para algunos es una deidad sin derecho a discusión. Otros dirán que es un buen guitarrista de blues, cuya música logró ser masiva a punta de certeros hits radiales.
Para el cierre un par de datos para la trivia, según publica Gatopardo. “En el 2000, Clapton tuvo el privilegio de grabar el álbum “Riding with the King”, al lado con su mismísimo héroe, B.B. King. Dos mil millones de personas en la Tierra han sido testigos de los lamentos del blues en más de sus tres mil conciertos que dedicadamente ha ofrecido en su carrera”.
Eric Patrick, un hombre récord con todas sus letras.